Libros clásicos juveniles: cómo crear expectación.

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Cómo crear expectación con los libros clásicos juveniles. Iustración: Nuria Chicote

Introducir libros clásicos juveniles en el aula no siempre es fácil, pues a veces, la sola mención de la palabra «clásico» puede producir urticaria entre el alumnado. Hoy traigo un relato que puede usarse a modo de antihistamínico, y prevenir la picazón que nos causa leer algo por obligación.

Este cuento tiene como protagonista a un chaval de trece años obligado a leer un libro clásico, y cuenta con la peculiaridad de que está contado en segunda persona, un tipo de narrador poco frecuente en nuestra literatura.

En este caso, serviría para crear expectación como paso previo a la lectura de La isla del tesoro, de Robert Luis Stevenson. Sin embargo, los elementos pueden modificarse en función del clásico que se vaya a leer en clase. ¡Os cuento cómo al final del relato! Buen viaje, marineros de aulas dulces.

Novelas_juveniles

La batalla decisiva

Total, que estás tú tan tranquilo en la clase de Lengua, ocupado en tus asuntos, sin molestar a nadie. «Esta tarde voy a masacrarles en la partida del Land Of War», piensas. Solo te quedan tres puntos de vida, pero llevas toda la semana preparando una estrategia que haga olvidar tu última derrota. Tu honor está en juego.

 Entonces, la profesora dispara los deberes a bocajarro, sacándote de tus gloriosos planes de victoria:

─…Y recordad que para mañana tenéis que entregar el comentario sobre la novela de Stevenson ─dice, como si no tuvieras nada más importante que hacer con tu vida. Tocado. Y después hurga en la herida, añadiendo─: Los que no lo entreguen, no podrán presentarse al examen final, y por lo tanto, quedarán automáticamente suspendidos.

Hundido.

«Mierda. Mierdamierdamierda», te dices, procurando que no te tiemble ni un músculo, porque los ojos de la profesora están fijos en ti. Cuando se gira hacia la pizarra para comentar no sé qué cosa acerca de las prosopopeyas, abres con disimulo tu pupitre. Ahí está: La isla del tesoro, de un tal Robert Louis Stevenson. Lo dejaste allí en enero, y habías olvidado que tenías que leerlo este trimestre. Desde el fondo de la mesa, el libro te mira desafiante, como vengándose por la capa de polvo que afea su cubierta. 

─Pues que sepas que no te pienso leer, ni de coña ─le dices telepáticamente. Entonces suena el timbre del recreo, y tú lo agarras con rabia. Tal vez te dé tiempo a escoger unas cuantas frases al azar para el análisis sintáctico. Después, pegarás el primer resumen que encuentres en internet (adecuadamente maquillado, claro), y a jugar al Land Of War durante el resto de la tarde. Por nada del mundo puedes perderte la batalla decisiva.

En el recreo, aunque te apetece más jugar un partido de fútbol, te apartas ligeramente del resto para echarle un vistazo por encima a la historia. «Hay que conocer al enemigo antes de derrotarle», murmuras. No en vano eres Archicomandante Superior Primero en la clasificación virtual del juego de moda.

─¡Un libro de piratas! ─exclamas entonces─. Pero, ¿qué se ha pensado la profesora Martínez? ¿Que somos unos críos?

Entonces, sucede algo muy raro: en medio de las palomas que picotean el suelo del patio, aterriza un loro azul y rojo, que grita con voz estridente:

─¡Doblones! ¡Dobloooones! ¡Aaarrkk!

Miras hacia todos lados, pero nadie parece haberse dado cuenta del incidente antes de que el bicho salga de nuevo volando. Es una pena, porque era realmente bonito. «La gente debería de tener más cuidado con sus mascotas», piensas mientras te encoges de hombros.

Durante la clase de matemáticas del Lumbreras, aprovechas para ojear un poco por encima el libro. ¡Si hasta tiene un mapa del tesoro! Hay que reconocer que el tal Stevenson se lo curraba, pese a ser un aburrido escritor. Justo entonces, algo llama tu atención en lo que está diciendo el profesor, lo cual no sucede con frecuencia. Te ves obligado a levantar los ojos del libro y a prestarle atención (y eso sucede con menos frecuencia aún):

—─Según el teorema de Benbow, las probabilidades de un cuerpo de hundirse en agua salada son directamente proporcionales a la ingesta de ron, e inversamente proporcionales a la grasa abdominal que lo rodee.

En la clase, todos toman apuntes como si nada. ¿Pero se han vuelto todos tontos, o qué? ¿Nadie ha notado que el Lumbreras le ha dado hoy un lingotazo de más a su petaca? En fin, tampoco es problema tuyo, ya buscarás el teorema ese de Benbow cuando llegue la hora del examen. 

Pero es al salir del cole y montarte en el autobús, cuando notas que algo no va bien. No va nada, nada bien. 

¡El conductor lleva un parche en el ojo! Y en lugar de mirarte como si fueras un piojo con mochila, al igual que todas las tardes, te saluda diciendo:

─Qué, grumete, ¿listo para embarcar? ─y acto seguido hunde su pata de palo en el acelerador, propulsándote hasta el final del vehículo.

Cuando llegas a casa, completamente mareado por el viaje, tienes que apoyarte sobre una farola para no caerte. Jamás en la vida te habían entrado ganas de echar la pela en el autobús escolar; solo los barcos te producen ese efecto. Incluso te parece sentir un olor a salitre y a pescado podrido llevado por el viento.

Entonces sacas el libro de tu mochila, y le dices mirándole directamente a los ojos (o a las solapas), como corresponde a un Archicomandante que se precie:

─Está bien, terminemos lo que hemos empezado. Esto es un duelo entre tú y yo.

Y pasas el resto de la tarde leyendo, enfrascado en una aventura de la que seguramente no saldrás indemne.

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Hay clásicos juveniles que enganchan más que otros, como los libros de aventuras.

Modifica esta historia a tu gusto

Una buena manera de introducir los libros clásicos juveniles en el aula es usar una historia corta como la que he presentado aquí.

Para utilizar este relato en clase, puedes modificarlo como desees, en función de los personajes que contenga el libro que vas a presentar.. Por ejemplo, si el libro que vais a leer en vuestro aula es Alicia en el País de las Maravillas, en lugar de un loro, aparecería un conejo en el patio del recreo, el conductor del autobús podría ser el Sombrerero Loco…

O si en el currículum de tu colegio se ha decidido añadir como lectura obligatoria EL Lazarillo de Tormes, el conductor podría ser el hidalgo arruinado, o el ciego (¡imaginate qué giro inesperado para la historia! Igual, más que mareado, tu protagonista termina al borde de un infarto de miocardio…). 

Si, finalmente, son los propios alumnos los que cambian la historia con los personajes del libro que les toque leer, usando su propia voz, la actividad podría resultar aún más enriquecedora.

¡Buena suerte con los clásicos!

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